¡Primer capitulo de The Fiery Heart de Richelled Mead!
29.7.13
Hoy se publicó el primer capitulo de The Fiery Heart desde el punto de vista de Adrian
NO MENTIRÉ. Caminar dentro de una habitación y ver a tu novia leyendo un libro de nombres de bebes puede hacer que tu corazón se detenga.
“No soy un experto,” comencé, escogiendo mis palabras con cuidado.. “Bueno—de hecho, lo soy. Y estoy bastante seguro que hay ciertas cosas que debemos hacer antes de que necesites leer eso.”
Sydney Sage, la ya mencionada novia y luz de mi vida, ni siquiera miro hacia arriba, sin embargo la insinuación de una sonrisa jugo en sus labios. “Es para la iniciación,” dijo con total naturalidad, como si estuviera hablando sobre tener sus uñas listas o escogiendo las provisiones en vez de estar uniéndose a un aquelarre de brujas.
“Debo tener un nombre 'mágico' que usen durante sus reuniones.”
“Correcto. Nombre mágico, iniciación. Solo otro día en la vida, ¿hum?” No que tuviera derecho a hablar, viendo que era un vampiro con la fantástica pero sin embargo complicada habilidad de sanar y compulsionar a las personas.
Esta vez, yo tuve una sonrisa completa, y ella levantó la mirada. Sol del atardecer filtrándose a través de la ventana de mi habitación capturando sus ojos y sacando a relucir su luz interior. Ellos se ensancharon con sorpresa cuando noto las tres cajas apiladas que yo llevaba.
“¿Qué son esos?”
“Una revolución en música,” declaré, dejándolos en el suelo. Abrí la de arriba y saque un tocadiscos “He visto un letrero de que un chico los estaba vendiendo en el campus.” Abrí una caja llena de álbumes y levante Rumours de Fleetwood Mac. “Ahora puedo escuchar música en su forma más pura.”
Ella no lucia impresionada, sorpresivamente para alguien que consideraba que mi Mustang –el cual ella llamo Ivashkinator—era una especie de santuario sagrado. “Estoy realmente segura que la música digital es tan pura como se puede conseguir. Adrian, eso ha sido un desperdicio de dinero. Puedo poner todas las canciones de esas cajas en mi teléfono”
“¿Puedes poner las otras seis cajas que están en mi coche en tu teléfono?”
Ella pestañeó con asombro y se giró con cautela. “Adrian, ¿Cuánto has pagado por todo esto?”
Agite el brazo esquivando las preguntas. “Ey, Puedo seguir pagando el auto. Apenas.” Al menos no tenía que pagar renta, desde que el lugar estaba preparado, pero tenía muchas otras facturas que pagar. “Además, tengo un presupuesto mayor para esta clase de cosas, ahora que alguien me ha hecho dejar de fumar y ha recortado la ‘Hora feliz’.”
“Más bien ‘Día Feliz’,” ella dijo maliciosamente. “Estoy mirando por tu salud.”
Me senté a su lado en la cama. “Así como yo he estado mirando por ti y tu adicción a la cafeína.” Era un trato que hicimos, formando nuestro propio grupo de apoyo. Yo dejaba de fumar y reducía la bebida a un trago por día. Ella había dejado su dieta obsesiva a una cantidad sana de calorías y reducía a solo una taza de café por día. Sorpresivamente, ella tuvo un tiempo más difícil con eso de lo que yo tuve con el alcohol. En esos primeros días, pensé que debía llevarla a una rehabilitación de cafeína.
“No era una adición,” ella gruñó, aun amarga. “Más bien una… elección de estilo de vida.”
Me reí y atraje su rostro al mío en un beso, y solo así, el resto del mundo se desvaneció. No había nombres de libros, discos o hábitos. Estaba solo ella y el sentir de sus labios, la exquisita forma en que se manejaban para ser suaves y fieros al mismo tiempo. El resto del mundo pensaba que ella era regida y fría. Solo yo sabía la verdad sobre su hambre y pasión que estaban encerrados en su interior—Bueno, yo y Jill, la chica que podía ver dentro de mi cabeza a través del lazo mágico que compartíamos.
Mientras volvía a acostar a Syney en mi cama, tuve ese pálido, fugaz pensamiento que siempre tenía, de como de prohibido era lo que hacíamos. Humanos y Vampiros Moroi habían dejado de mezclarse cuando mi tipo se escondió del mundo durante la edad oscura. Lo hicimos por seguridad, decidiendo que era lo mejor si los humanos no sabían sobre nuestra existencia. Ahora mi gente y la de ella (los que sabían sobre los moroi) consideraban las relaciones como esta como equivocadas y, en algunos círculos. Oscura y torcida. Pero no me importaba. No me importaba nada, excepto ella y la forma en que tocarla me volvía salvaje, incluso como su calmada y estable presencia calmaba las tormentas que se alzaban en mi interior.
Sin embargo, eso no significaba que ostentábamos esto. De hecho, nuestro romance era un secreto estrechamente guardado, uno que requería un montón de vistas a escondidas y planificación cuidadosamente planeada. Incluso ahora, el reloj estaba corriendo. Esta era nuestra pauta del día. Ella tenía un estudio independiente para su último periodo del día en la escuela, uno dirigido por una indulgente profesora que la dejaba salir antes y venir por aquí. Teníamos una preciosa hora para besarnos o conversar—usualmente para besarnos, lo que hacía más frenética la presión sobre nosotros—y luego ella estaba de regreso a su escuela privada, así como a su pegajosa y odia-vampiros hermana Zoe cuando salía de las clases.
De alguna forma, Sydney tenía un reloj interno que le decía cuando era tiempo de salir. Pienso que es parte de su inherente habilidad para mantener en línea cien cosas a la vez. No yo, en esos momentos, mis pensamientos estaba usualmente concentrados en sacarle la camiseta y como sea pasar el brasier esta vez, Hasta ahora, no he podido.
Ella se incorporó, mejillas sonrojadas y pelo dorado despeinado. Ella era tan hermosa que hacía que mi alma doliera. Siempre deseé desesperadamente poder pintarla en esos momentos e inmortalizar esa mirada en sus ojos. Había una suavidad en ellos que raramente vi en otros momentos, una total y completa vulnerabilidad en alguien que estaba normalmente tan guardada y analítica en el resto de su vida. Pero mientras era un pintor decente, captúrala en un lienzo estaba más allá de mi habilidades.
Ella tranquilamente abotono su blusa café, escondiendo el brillo de encaje turquesa con el atuendo conservador que llevaba como armadura. Ella hizo un repaso de sus brasieres en el último mes, y mientras yo siempre estaba triste de verlos desaparecer, me hacía feliz saber que ellos estaban ahí, esos secretos espacios de color en su vida.
Mientras ella caminaba hacia el espejo en mi aparador, conjuré un poco de la magia espíritu en mí para ver su aura, la energía que rodeaba a todos los seres vivientes. La magia me trajo una breve onda de placer y luego la vi, esa luz brillante a su alrededor. Era la misma de siempre, el amarillo de los inteligentes balanceado con el violeta de pasión y espiritualidad. Con un pestañeo su aura desapareció, a la vez que ese mortal placer del espíritu.
Ella terminó de acomodar su cabello y miró hacia bajo. “¿Qué es esto?”
“¿Hmmm?” Me levanté para posicionarme detrás de ella y rodear su cintura con mis brazos. Luego, vi lo que recogió y me puse rígido: brillantes gemelos hecho con rubís y diamantes. Y así de simple, la calidad y la felicidad que había sentido antes fue reemplazada por una fría pero familiar oscuridad. “Fueron un regalo de cumpleaños de mi tía Tatiana de hace unos años atrás.”
Sydney levantó uno y lo estudió con un ojo experto. Sonrió. “Tienes una fortuna aquí. Esto es plata. Véndelos, y tendrás una pensión de por vida. Y todos los discos que quieras.”
“Dormiría en una caja de cartón antes de venderlos.”
Ella notó el cambio en mí y se dio la vuelta, su expresión estaba llena de preocupación. “Hey, estaba bromeando.”
Su mano tocó mi rostro con suavidad. “Está bien. Todo está bien.”
Pero no lo estaba. El mundo repentinamente era cruel, sin esperanzas, vacío con la pérdida de mi tía, reina de los Moroi y la única en mi familia que no me juzgaba. Sentí un nudo en mi garganta, y las paredes parecían cerrarse a mi alrededor al recordar la manera en que había sido apuñalada y como había empapelado las paredes con esas fotos cuando estaban tratando de encontrar al asesino. No importaba que la asesina estuviera encerrada y aislada para su ejecución. Eso no traería a mi tía Tatiana de regreso. Ella se había ido, a lugares donde no podía seguirla—al menos no ahora—y yo estaba aquí, solo, insignificante y pedido…
“Adrian.”
La voz de Sydney era calmada pero firme, y lentamente, me aparté de esa desesperación que podía venir tan rápido y pesado, una oscuridad que se había incrementado al pasar de los años con el uso de espíritu. Era el precio por ese tipo de poder, y estos repentinos desvíos habían hecho más y más reciente.
Me enfoqué en sus ojos, y la luz regresó al mundo. Aún me dolía la pérdida de mi tía, pero Sydney estaba aquí, mi esperanza y ancla. No estaba solo. No era desentendido. Tragando saliva, asentí y le di una pequeña sonrisa mientras la oscura mano del espíritu apartaba su agarre en mí. Por ahora.
“Estoy bien” Viendo la duda en su rostro, besé su frente.” De verdad. Tienes que irte, Sage. Harás que Zoe empiece a dudar, y llegarás tarde para tu reunión de brujas.”
Me miró un momento con preocupación y luego se relajó un poco. “Bien. Pero si necesitas lo que sea…”
“Lo sé. Lo sé. Llamaré al Teléfono del Amor.”
Eso la hizo sonreír. Recientemente habíamos comprado teléfonos prepagos secretos que los alquimistas, la organización en que ella trabajaba, no podían controlar. No porque la vigilaran regularmente, pero ciertamente podrían si pensaban que algo sospechoso estaba sucediendo, y no queríamos que encontraran una lista de mensajes y llamadas.
”Y volveré esta noche” agregué.
A eso, su expresión se endureció nuevamente.
“Adrian, no. Es muy riesgoso.”
Otro de los beneficios del espíritu era la habilidad de visitar a las personas en sus sueños. Era una manera útil de hablar puesto que no teníamos mucho tiempo junto en el mundo real—porque no hablábamos mucho en el mundo real estos días—pero como cualquier uso de espíritu, era un riesgo continuo para mi sanidad. Esto la preocupaba mucho, pero yo lo consideraba algo pequeño con tal de estar con ella.
”Sin argumentos” le advertí. “Quiero saber cómo va todo. Y sé que vas a querer saber cómo van las cosas conmigo."
“Adrian…”
“Lo mantendré cortito,” prometí.
Sydney aceptó de mala gana —sin verse feliz en absoluto— y la acompañé a la puerta.
Mientras pasábamos por el salón, se detuvo en una pequeña terraza cerca de la ventana. Sonriendo, se arrodilló y golpeó el cristal. Dentro había un dragón.
No, en serio. Técnicamente, era un callistana, pero raramente usábamos ese término. Usualmente lo llamábamos Hopper. Sydney lo había conjurado de algún reino demoníaco como una especie de ayudante. Mayormente parecía querer ayudarme al comerse toda la comida chatarra en mi departamento. Ella y yo estábamos atados a él y, para mantener su salud, debíamos que turnarnos para tenerlo. Aunque, desde que Zoe se había mudado, mi casa se había convertido en su principal residencia.
Sydney levantó la tapa del tanque y dejó que la pequeña dorada criatura subiera a su mano. El la miró con adoración, y no podía culparlo por ello.
“Ya estuvo bastante tiempo fuera” dijo ella. “¿Estás listo para un descanso?”
Hopper podía existir en esta forma de vida o transformado en una pequeña estatua, lo cual ayudaba a evitar preguntar incómodas cuando la gente venía. Pero solo ella podía transformarlo.
“Sí. Sigue tratando de comerse mis pinturas. Y no quiero que me vea besarte.”
Sydney lo acarició en la barbilla y soltó las palabras que lo transformaban en una estatua. La vida era mucho más fácil así pero, igualmente, por su salud necesitaba salir una que otra vez. Eso, y ese pequeñito se había ganado un lugar en mí.
“Me lo voy a llevar por un tiempo” dijo ella, metiéndolo en su bolso. Incluso si estaba inerte, se beneficiaba de estar cerca de ella.
Libre de esa pequeña mirada, le di un largo beso de despedida, uno que no quería romper.
Rodeé su rostro en mis manos. “Plan de escape número diecisiete” le dije. “Fugarnos y abrir un stand de jugos en Fresno.”
“¿Por qué Fresno?”
“Suena como un lugar en el que la gente bebe mucho jugo.”
Ella sonrió y me besó nuevamente.
Los ‘planes de escape’ eran un chiste privado, siempre ridículos y numerados en cualquier orden. Usualmente los inventaba en el momento. Aunque, lo que era triste era que en realidad los pensábamos más que cualquier otra cosa. Ambos sabíamos que estábamos viviendo el presente, con un futuro en absoluto claro.
Romper ese segundo beso fue difícil también, pero ella finalmente lo logró y la observé marcharse. Mi departamento parecía vacío sin su presencia.
Subí el resto de las cajas de mi coche y revolví entre los tesoros que contenían. La mayor parte de los álbumes eran de los sesenta y setenta, con algunos ochenteros aquí y allá. No estaban organizados, pero no traté de ordenarlos. Una vez que Sydney superara su punto de vista de que eran un derroche de dinero, no podría contenerse y terminaría ordenándolos por artista, género o color. Por ahora, puse el tocadiscos en el living y saqué un disco al azar: Machine Head de Deep Purple.
Faltaban un par de horas más para la cena, así que me senté delante de un caballete, mirando el lienzo blanco mientras trataba de decidir como lidiar con mi tarea de pintura en óleo avanzado: un auto retrato. No tenía que ser exacto. Podía ser abstracto. Podía ser lo que fuera, mientras que me representara. Y estaba trabado. Podría haber pintado a cualquier persona que conociera. Quizás no podía capturar la mirada de éxtasis que Sydney tenía cuando estaba en mis brazos, pero podía pintar su aura o el color de sus ojos. Podría haber pintado el rostro frágil y sabio de mi amiga Jill Mastrano Dragomir, una joven princesa de los Moroi. Podría haber pintado rosas en llamas en tributo a mi ex novia, quien había destrozado mi corazón pero aun así admiraba.
¿Pero a mí mismo? No sabía que hacer conmigo. Quizás era un bloqueo artístico. Quizás no me conocía. Mientras miraba el lienzo, mi frustración iba creciendo, debía pelear contra la necesidad de ir hacia mi prohibido gabinete de alcohol y servirme una bebida. El alcohol no era necesario para hacer buen arte, pero usualmente me inspiraba. Prácticamente podía saborear el vodka. Podía mezclarlo con jugo de naranja y pretender que tomaba algo sano. Mis dedos temblaban, y mis pies casi me llevaban directo a la cocina—ero me resistí. La seriedad en los ojos de Sydney quemaba mi mente, y volví a enfocarme en el lienzo. Podía lograrlo, sobrio. Le había prometido que tomaría un solo trago al día, y mantendría mi promesa. Y, por el momento, ese trago lo necesitaba para el final del día, cuando estaba listo para ir a la cama. No dormía bien. Nunca dormí bien en toda mi vida, así que necesitaba cualquier ayuda que pudiera conseguir.
Mi decisión en mantenerme sobrio no resultó inspiradora y, cuando se hicieron las cinco, el lienzo seguía blanco. Me levanté y estiré mi cuerpo, sintiendo esa oscuridad regresar. Era más enojo que tristeza, mezclado con frustración por no poder hacer esto. Mis profesores de arte decían que tenía talento pero, en momentos como este, me sentía como el vago que la mayoría de la gente decía que era, destinado a una vida de fracaso. Era especialmente depresivo cuando pensaba en Sydney, que sabía todo sobre todo y podía sobresalir en cualquier carrera que quisiera. Dejando de lado el problema vampiro-humano, tuve que plantearme lo que podría ofrecerle yo. Ni siquiera podía pronunciar la mitad de las cosas que le interesaban a ella, y mucho menos discutir sobre ello. Si alguna vez logramos tener un tipo de vida normal juntos, ella estaría allí pagando las facturas mientras yo me quedaba en casa y limpiaba. Y yo tampoco era bueno en eso. Si ella solo quería llegar a casa y entretenerse con una buena cabellera, es probable que yo pudiera hacer eso razonablemente bien.
Sabía que estos miedos comiéndome estaban siendo extentidos por el espíritu. No todos eran reales, pero era difícil de liberarse de ellos. Dejé el arte atrás y salí afuera, esperando encontrar una distracción que la noche pudiera traer. Afuera, el sol se estaba metiendo, y la noche de invierno en Palm Sprins apenas requería llevar una chaqueta ligera. Era una noche favorita para los Moroi, cuando todavía había luz pero no lo suficiente para sentirse incómodo. Nosotros podíamos aguantar la luz del día, no como los Strigoi - vampiros muertos quienes mataban por sangre. La luz del día los destruía, lo cual era una ventaja para nosotros. Necesitábamos de toda la ayuda que pudieramos recibir en una pelea contra ellos.
Conducí hasta Vista Azul, un barrio a solo diez minutos del centro que albergaba la Preparatoria Amberwood, el internado privado que Sydney y nuestro grupo atendían. Normalmente, Sydney era el chofer designado, pero ese sospechoso honor había caído en mi esta noche mientras ella se escapaba a su encuentro clandestino con la asamblea de brujas. Toda la pandilla estaba esperando en la acera fuera de residencia de las chicas cuando aparqué el coche. Inclinándome sobre el asiento delantero, abrí la puerta. "Todos a bordo," dije.
Ellos entraron. Había cinco de ellos ahora, además de mi, convirtiéndonos en el siete afortunado si Sydney hubiera estado aquí. Cuando llegamos por primera vez a Palm Springs, solo eramos cuatro. Jill, la razón por la que todos estábamos aquí, se sentó a mi lado y me regaló una sonrisa.
Si Sydney era la fuerza principal de calma en mi vida, Jill era la segunda. Ella solo tenía quince años, siete años más joven que yo, pero había una gracia y sabiduría que radiaba de ella. Sydney era el amor de mi vida, pero Jill me entendía de una manera que nadie más lo hacía. Era difícil que no fuera así teniendo el lazo psíquico. Había sido utilizado cuando hice uso del espíritu para salvar su vida el año pasado - y cuando digo "salvar", estoy hablando en serio. Jill había estado practicamente muerta, solo por menos de un minuto, pero muerta sin embargo. Usé el poder del espíritu para realizar un hecho milagraso de curación y traerla de vuelta antes de que el otro mundo pudiese reclamarla. Ese milagro nos había unido con una conexión que permitía hacerla sentir y leer mis pensamientos - aunque el milagro no funcionaba a la inversa.
La gente que regresaba de esa manera eran llamados "besados por la sombra", y tan solo eso hubiera sido suficiente para enloquecer a cualquier niño. Jill había tenido la desgracia de ser una de las dos personas en una línea de realeza de Moroi que estaba muriendo. Esto había sido una noticia reciente para ella, y su hermana, Lissa - la reina Moroi y una buena amiga mía - necesitaba a Jill con vida para que pudiese defender su trono. Aquellas que se oponían a las reglas liberales de Lissa, constantemente habían querido ver a Jill muerta, para así apelar a una ley antigua de familia que requería que un monarca tuviera un miembro de su familia con vida. Y así, alguien había venido con la cuestionable y brillante idea de mandar a Jill a un escondite en medio de una ciudad humana en el desierto. Porque, en serio, ¿qué vampiro quisiera vivir aquí? Era ciertamente una pregunta que me preguntaba en muchas ocasiones.
Los tres guardianes de Jill se sentaron en los asientos traseros. Todos ellos eran dhampirs, una raza nacida de una herencia combinada entre vampiros y humanos de el tiempo en que nuestras razas compartían un romance libre. Ellos eran más fuertes y rápidos que el resto de nosotros, convirtiéndolos en guerreros ideales en la batalla contra Strigois y asesinos de la realeza. Eddie Castile era el líder del grupo, una roca segura quien había estado al lado de ill desde el principio. Angeline Dawes, un volcán pelirrojo, era un poco menos segura. Y por "menos segura", me refiero a "nada segura". Sin embargo, ella era una guerrera en una pelea. La nueva adición del grupo era Neil Raymond, mejor conocido como Alto, Educado, y Aburrido. Por razones que yo no comprendía, Jill y Angeline parecían pensar que su conducta no-sonriente era un tipo de señal de caracter noble. El hecho de que él halla ido a una escuela en Inglaterra, y que halla cogido un poco de acento Inglés, parecía disparar sus hormonas.
El último miembro del grupo estaba fuera del coche, negándose a entrar. Zoe Sage, la hermana de Sydney.
Ella se inclinó y me miró con ojos marrones casi parecidos a los de Sydney, pero con menos oro. "No hay espacio," dijo ella. "Tu coche no tiene asientos suficientes."
"No es verdad," le dije. En ese preciso momento, Jill se acercó más a mí. "Este asiento está hecho para tres personas. El último dueño incluso lo acomodó con un cinturón extra." Mientras que eso era seguro para estos tiempos modernos, Sydney casi tuvo un ataque al corazón por alterar el coche de su estado original. "Besides, somos familia, ¿no es así?" Para darnos una acceso más fácil entre todos, hicimos que Amberwood creyera que todos eramos hermanos o primos. Aunque, cuando Neil llegó, los Alquimistas finalmente se rindieron en hacerlo uno de la familia dado que la situación se estaba poniendo ridícula.
Zoe miró el asiento vacío por varios segundos. Aunque el asiento era bien largo, ella iba a estar al lado de Jill. Zoe llevaba un mes en Amberwood pero estaba en completa posesión de todas sus reglas y prejuicios que su gente tenía alrededor de vampiros y dhampirs. Los conocía muy bien porque Sydney solía tenerlos también. Era irónico porque la misión de los Alquimistas era mantener el mundo de vampiros y seres sobrenaturales escondido de sus amigos humanos, de quienes temían que no pudiese manejar la situación. Los Alquimistas se manejaban por la creencia de que los miembros de mi raza eran partes retorcidas de la naturaleza que eran mejor ignorar y mantener separados de los humanos, con el fín de que no los contaminemos con nuestra maldad. Ellos habían ayudado a regañadienes y habían sido útiles en una situación como la de Jill, cuando acuerdos con las autoridades humanas y oficiales de la escuela eran necesarias. Los Alquimistas sobresalían en convertir hechos en realidad. Así era como Sydney había sido preparada originalmente, para ordenar el camino de Jill y su exilio, dado que los Alquimistas no querían una guerra civil con los Moroi. Zoe había sido enviada como una aprendiz y se había convertido en un gran dolor de espaldas al tener que esconder nuestra relación
"No tienes que venir si tienes miedo," dije. Probablemente no había otra cosa más que pudiese haber dicho para motivase aún más. Ella estaba inclinada a convertirse en una gran Alquimista, más para impresionar al padre Sage, quien, yo había concluído después de varias historias, era un gran patán.
Zoe respiró profundo y se acercó. Sin decir nada más, subió y se sentó al lado de Jill y cerró la puerta, acurrucándose a esto todo lo posible."Sydney debió de dejar el coche," ella murmuró después de un rato.
"A todo esto, ¿dónde está Sage? Er, la señorita Sage," corregí, manejando fuera de la entrada del colegio. "No es que no me gusta hacer de chofer para ustedes, chicos. Debiste de traerme un pequeño sombrero negro, Jailbait." Le di un codazo suave a Jill, quién me lo devolvió. "Podías hacer algo como eso en tu club de costura."
"Ella se ha ido a hacer un proyecto para la señora Terwilliger," dio Zoe con desaprobación. "Siempre está haciendo algo para lla. No entiendo por qué una investigación de historia toma tanto tiempo."
Que poco conocía Zoe que ese proyecto envolvía a que Sydney fuera iniciada en la asamblea de brujas de su profesora. Magia humana todavía era una cosa extraña y misteriosa para mi - y completamente extraña para los Alquimistas - pero Sydney aparentemente era una natural. No era una sorpresa, dado que Sydney era natural en todo. Había vencido sus miedos a esto, así como su miedo a mi, y estaba ahora completamente interesada en aprender el trabajo de su loca y adorable mentora, Jackie Terwilliger. Decir que a los Alquimistas no les gustaría eso era más que una verdad. De hecho, esto era en realidad una posibilidad igualada sobre qué cosa les molestaría más: descubrir sobre las artes secretas o besar a un vampiro. Sería casi cómico, si no fuera por el hecho que me preocupaba que los fanáticos extremistas de los Alquimistas le hicieran algo a Sydney si alguna vez fuera descubierta. Era esa la razón por la que la presencia de Zoe había convertido todo más peligroso últimamente.
"Porque es Sydney," dijo Eddie desde el asiento trasero. En el espejo retrovisor pude ver un pequeña sonrisa en su rostro, aunque había una nitidez perpetua en sus ojos mientras escaneaba el mundo de algún peligro. Él y Neil habían sido entrenados por guardianes, la organización de fuertes dhampirs que protegían a los Moroi. "Dar el cien por cierto en una tarea es muy flojo para ella."
Zoe negó con su cabeza, no estando tan entretenida como el resto de nostros. "Es solo una estúpida clase. Ella solo necesita aprobar."
No, pensé. Ella necesita aprender. Sydney no solo comía conocimiento por el bien de su vocación. Ella lo hacía porque le encantaba. Y lo que le hubiera gustado más sería perderse en la agonía académica de la universidad, donde podía aprender lo que ella quisiera. En vez de eso, ella había nacido para realizar el trabajo de su familia, moviéndose cuando los Alquimistas le ordenaban nuevas misiones. Ella ya se había graduado de la secundaria pero trataba seriamente a este segundo último año como si fuera el primero, entusiasmada de aprender todo lo que ella pudiera.
Algún día, cuando todo esto halla terminado, y Jill esté a salvo, huiremos de todo. No sabía a donde, y no sabía cómo, pero Sydney iba a manejar esas logísticas. Ella escaparía de las garras de los Alquimistas y se convertiría en la Dr. Sydney Sage, mientras que yo... bueno, hacía algo.
Sentí una pequeña mano sobre mi brazo y miré hacia bajo a Jil, que me miraba con simpatía, sus ojos verdes brillando. Ella sabía lo que yo estaba pensando, sabía sobre las fantasías que yo a veces creaba. Le mostré una pequeña sonrisa.
Conducimos por la ciudad, luego por los alrededores de Palm Springs hacia la casa de Clarence Donahue, el único Moroi lo suficientemente tonto para vivir en este desierto hasta que mis amigos y yo aparecimos el pasado otoño. El viejo Clarence estaba un poco chiflado, pero era un Moroi amable que había bienvenido a un grupo de Moroi y dhampirs y nos había permitido usar su alimentadora/ama de llaves.
Los Moroi no matamos por sangre como los Strigoi lo hacían, existían suficientes humanos en el mundo contentos de provenir sangre a cambio de una vida de endorfinas adictivas traídas por la mordedura de un vampiro.
Encontramos a Clarence en el salón, sentado en su masiva silla de cuero y usando sus grandes gafas para leer un libro antiguo. Él nos miró entrar, sorprendido. "¡Aquí un Jueves! Que bonita sorpresa."
"Es Viernes, señor Donahue," dijo Jill dulcemente, inclinándose para besar su mejilla.
Él la miró con cariño. "¿Lo es? ¿No estabas aquí justo ayer? Bueno, no importa. Dorothy, estoy seguro, estará encantada de acogerte."
Dorothy, su anciana ama de llaves, se veía muy acogedora. Ella había ganado el premio gordo cuando Jill y yo habíamos llegado a Palm Springs. Los Moroi mayores no veían tanta sangre como los más jóvenes, y mientras Clarence todavía podía provenir máxima adicción, visitas frecuentas por mi parte y la de Jill le daba a ella addiciones constantes.
Jill se acercó a Dorothy. "¿Puedo ir ya?" La mujer mayor asintió con entusiasmo, y las dos dearon la habitación por una más privada. Una expresión de disgusto cruzó por el rostro de Zoe, aunque ella no dijo nada. Ver su expresión y la forma en como se sentaba muy lejos de todos los demás era tan Sydney en los antiguos días, casí sonreí.
Angeline estaba practicamente saltando de arriba a abajo en el sofa. "¿Qué hay de cenar?" Ella tenía un acento sureño inusual de haber crecido en una montaña rural con una comunidad de Moroi, dhampirs y humanos quienes eran los únicos quienes yo conocía que vivían libremente juntos y casados. Todos los demás de sus respectivas razas los miraban con un poco de horror y fascinación. Por más atractiva que esa libertad pareciera, vivir con ellos nunca había cruzado por mi mente en mis fantasías con Sydney. Yo odiaba acampar.
Nadie respondió. Angeline nos miró a todos. "¿Entonces? ¿Por qué no hay comida aquí?" Dhampirs no tomaban sangre y podían comer las comidas regulares que los humanos comían. Los Moroi también necesitaban de esa clase de comida, aunque no la necesitabamos en casi las mismas cantidades. Hacía falta mucha energía para mantener vivo ese activo metabolismo de un dhampir.
Estas reuniones regulares se habían convertido un poco en comidas familiares, no solo por la sangre pero también por comida normal. Era una buena manera de pretender que manteníamos vidas normales. "Siempre hay comida," ella señaló, en caso de que no hallamos notado. "Me gustó esa comida India que comimos el otro día. Esa masala o como se llame. Pero no se si deberíamos seguir llendo allí hasta que empiecen a llamarlo comida Nativa Americana. No es muy respetuoso."
"Sydney normalmente se encarga de la comida," dijo Eddie, ignorando la familiar y entrañable tendencia en la que Angeline se perdía en cosas irrelevantes.
"No normalmente," lo corregí. "Siempre."
La mirada de Angeline giró a Zoe. "¿Por qué no nos hiciste pedir algo?"
"¡Porque ese no es mi trabajo!" Zoe levantó su cabeza. "Estamos aquí para cuidar del escondite de Jill y asegurarnos de que no la encuentren. No es mi trabajo alimentarlos."
"¿De qué manera?" Pregunté. Sabía perfectamente bien que decirle eso era egoísta de mi parte pero no puede resistirme. Le llevó un momento en entender el doble significado. Al principio se puso pálida, luego se puso roja del enfado.
"¡De ninguna manera! No soy tu conserje. Ni tampoco lo es Sydney. No se por qué ella siempre se ocupa de esas cosas por ustedes. Ella debería de estar lidiando solo con cosas escenciales para tu sobrevivencia. Pedir pizza no es una de ellas."
Fingí un bostezo y me apoyé en el sofa. "Quizás ella piensa que si estamos bien alimentados, ustedes no parecerán tan apetecibles."
Zoe estaba muy horrorizada para responder, y Eddie me lanzó una mirada fulminante. "Basta. No es tan difícil pedir una pizza. Yo lo haré."
Jill había regresado al tiempo que él acabó la llamada, con una sonrisa entretenida en su rostro. Ella aparentemente había presenciado el intercambio. El lazo no funcionaba todo el tiempo, pero parecía que hoy estaba muy fuerte. Con el dilema de la comida acabado, logramos entrar en una sorprendente concordia - bueno, todos excepto Zoe, quien solomiraba y esperaba. Las cosas estaban inesperadamente cordiales entre Angeline y Eddie, a pesar de su reciente y desastruoso noviazgo. Ella había pasado página y ahora pretendía estar obsesionada con Neil. Si Eddie estaba afectado, él no lo mostraba, pero eso era típico de él. Sydney había dicho que él estaba enamorado en sereto de Jill, algo más que él era bueno escondiendo.
Podría haber aprobado eso, pero Jill, como Angeline, continuaba pretendiendo que estaba enamorada de Neil. Era todo un acto para ambas chicas, pero nadie - ni siquiera Sydney - me creía.
"¿Estás de acuerdo con lo que ordenamos?" Angeline le preguntó. "No dijiste nada en ningún pedido."
Neil negó con su cabeza, su rostro estoico. Él llevaba su cabello en un peinado insufiblemente corto y eficiente. Eso era el tipo de cosas que le hubiesen encantado a los Alquimistas. "No puedo perder tiempo en sutilezas y cosas triviales como el peperoni o champiñones. Si hubieras ido a mi escuela en Devonshire, lo hubieras entendido. En una de mis clases de segundo año, nos dejaron solos en la asamblea para defendernos solos y aprender habilidades de sobrevivencia. Pasa tres díad comiendo ramas y brezos, y aprenderás a no discutir sobre cualquier comida que recibas."
Angeline y Jill suspiraron como si eso fuera la cosa más fuerte y varonil que hallan escuchado. Eddie tenía una expresión que reflejaba lo que yo sentía, pensando sobre si este chico era tan serio como parecía o era solo un genio con líneas de dignos suspiros.
El teléfono de Zoey sonó. Ella miró el dispositivo y se levantó alarmada. "Es papá." Sin mirar atrás, contestó y salió de la habitación. No creía en premoniciones, pero un escalofrío recorrió mi espalda. El padre Sage no era el tipo de persona amable y acogedora que llamaba para saludar durante horas de trabajo, cuando sabía que Zoe estaba haciendo sus deberes de Alquimistas. Si algo sucedía con ella, algo sucedía también con Sydney. Y eso me preocupaba.
Apenas presté atención al resto de la conversación mientras contaba los momentos para el regreso de Zoe. Cuando ella finalmente regresó, su rostro pálido me dijo que estaba en lo correcto. Algo malo había sucedido.
"¿Qué pasa?" Demandé. "¿Sydney está bien?" Me di cuenta muy tarde que no debía de mostrar ninguna preocupación especial hacia Sydney. Ni siquiera nuestros amigos sabían sobre nuestra relación. Felizmente, toda la atención recaía sobre Zoe.
Ella negó despacio con su cabeza, sus ojos muy abiertos e incrédulos.
"Yo... No lo se. Son mis padres. Se están divorciando."
gracias a VAWorldwideNews por la traducción
0 comments