¡Segundo capitulo de The Fiery Heart de Richelle Mead!
19.8.13
CAPÍTULO 2
SYDNEY
Realmente no esperaba que una iniciación secreta a un aquelarre de brujas empezara con una fiesta de té.
“¿Me pasarías un bizcocho, cariño?”
Rápidamente tomé el platillo de la mesa de café y se lo pasé a Maude, una de las brujas mayores y nuestra anfitriona. Estábamos sentadas en círculo de su inmaculado living y mi profesora de historia, la Señorita Terwilliger, estaba a mi lado masticando un sándwich de pepino.
Estaba muy nerviosa como para decir algo y simplemente bebí mi té mientras las demás conversaban sobre temas triviales. Maude estaba sirviendo té de hierbas, así que no tenía que preocuparme por romper el trato de cafeína que había hecho con Adrian. Aunque no me hubiera molestado tener una excusa si hubiera servido café.
Había siete de nosotras y, aunque hubieran aceptado cualquier número de candidatos, todas parecían contentas de tener un número tan propicio. Era suerte, decía Maude. Ocasionalmente, Hopper levantaba su cabeza y volvía a escurrirse debajo de los muebles. Puesto que las brujas ni siquiera se sorprenden ante los callistas, pensé en sacarlo.
Alguien empezó a hablar de los pro y los contra de las iniciaciones en invierno versus en verano, y mi mente empezó a divagar. Me preguntaba como estarían las cosas en la casa de Clarence.
Había sido responsable de transportar a Jill a sus alimentaciones desde Septiembre, y me hacía sentir extraña (y un poco melancólica) al estar aquí mientras todos ellos estaban juntos y pasando un buen rato. Con remordimiento, recordé que no había hecho los preparativos para la cena. Adrian era el chofer, así que no pensé en decir nada. ¿Se habría hecho cargo Zoe? Probablemente no. Dejé de lado mis instintos maternales, esos que se preocupaban de que se murieran de hambre. Seguramente alguien sería capaz de conseguir comida.
Pensar en Adrian me recordó nuestro tiempo juntos esa tarde. Incluso horas después, podía sentir los lugares en donde me había besado. Respiré hondo para calmarme, temiendo que mis prontas a ser hermanas se dieran cuenta que la magia era lo último en mi mente. De hecho, estos días, parecía que todo excepto terminar semi-desnuda con Adrian era lo último en mi mente. Después de una vida premiándome por poner la mente por encima de la materia, estaba sorprendida que alguien tan cerebral como yo se acostumbrara tan rápido como yo a la actividad física. A veces trataba de racionalizarlo como una respuesta animal natural. Pero en realidad, tenía que afrontar la verdad: mi novio era demasiado sexy, fuera vampiro o no, y no podía alejar mis manos de él.
Luego me di cuenta que alguien me había preguntado algo. De mala gana aparté mis pensamientos de Adrian desabotonando mi camisa y me fijé en quien me había hablado. Me llevó un momento recordar su nombre. Era Trina. Estaba en sus veinte y era la más joven después de mí.
“¿Perdón?” pregunté.
“Dije, ¿haces algo con vampiros, no?” dijo sonriendo.
Oh, hacía muchas cosas con un vampiro en particular pero, obviamente, no era eso a lo que se refería.
“Más o menos” contesté, evasiva.
“Los Alquimistas son muy protectores con sus secretos” dijo la Señorita Terwilliger, sonriendo.
Otras brujas asintieron. Otras simplemente me miraron con curiosidad. El mundo mágico de las brujas no se cruzaba con el de los vampiros. La mayoría, de ambas partes, ni siquiera sabía uno del otro. Conocer acerca de los Moroi y los Strigoi había sido una sorpresa para algunas, significando que los Alquimistas estaban haciendo bien su trabajo. —De lo que había escuchado, estas brujas se habían cruzado con las suficientes cosas míticas y sobrenaturales para aceptar que existían criaturas que bebían sangre y que también existían grupos como los Alquimistas que ocultaban su existencia.
Las brujas aceptaban libremente lo paranormal. Los Alquimistas eran menos abiertos. El grupo que me había criado pensaba que los humanos debían ser libres de la magia por el bien de sus almas. Una vez yo también creí en eso, y que las criaturas como los vampiros no tenían lugar a ser nuestros amigos. Eso era cuando también creía que los Alquimistas me decían la verdad. Ahora sabía que había personas en la organización que mentían a ambos humanos y Moroi, y que harían lo que fuera para proteger sus propios intereses, sin importar los daños. Con mis ojos abiertos a la verdad, ya no podía contestar a los Alquimistas con los ojos cerrados, incluso si técnicamente aún trabajaba para ellos. Eso no quería decir que estuviera rebelándome contra ellos (como mi amigo Marcus), puesto que algunos de sus principios originales aún tenían mérito.
En realidad, todo se resumía a que trabajaba para mí misma.
“¿Sabes a quién deberías hablarle—si es que quiere? Inez. Ha tenido toda clase de encuentros con esas bestias, no los vivos—Los no muertos.” Esa era Maude otra vez.
Ella había reconocido de inmediato el lirio dorado en mi mejilla derecha que me identificaba (para aquellos que sabían qué buscar) como una Alquimista. Estaba hecho de sangre de vampiros y otros componentes que nos daban habilidades de sanación y resistencia, mientras también nos prevenía de hablar sobre cosas sobrenaturales con aquellos privados del mundo mágico. O, bueno, eso solía hacer mi tatuaje.
“¿Quién es Inez?” pregunté.
Eso provocó que algunas rieran. “Probablemente la mejor en nuestra orden—al menos en esta parte del país” dijo Maude.
“Es este lado del mundo” insistió la Señorita Terwilliger. “Tiene casi noventa y ha visto y hecho cosas que la mayoría de nosotras ni siquiera puede imaginar.”
“¿Por qué no está aquí?” pregunté.
“No es parte de ningún aquelarre en particular” explicó otra bruja, llamada Allison. “Estoy segura de que lo era, pero ha estado practicando por su cuenta desde… bueno, desde que he sabido de ella. Le resulta difícil moverse ahora, y mayormente se mantiene alejada. Vive en una casa antigua en las afueras de Escondido y difícilmente sale.”
Clarence saltó a mi mente. “Creo que conozco alguien con quien se llevaría muy bien.”
“Peleó contra unos cuantos Strigoi en los antiguos días” comentó Maude. “Probablemente tenga algún hechizo que pueda servirte. Y, oh, las historias que tiene de ellos. Era toda una luchadora. Recuerdo sobre uno que quiso beber de su sangre” dijo, y le dio un escalofrío. “Pero, aparentemente, no pudo hacerlo, logró acabar con él”.
Mi mano se detuvo repentinamente mientras levantaba mi taza. “¿A qué se refiere con que no pudo?”
Maude levantó sus hombros. “No recuerdo los detalles. Quizás tenía algún tipo de hechizo.”
Sentí mi corazón acelerarse mientras una vieja y oscura memoria resurgía. El año anterior, había sido capturada por un Strigoi que también había querido beber mi sangre. Y no había sido capaz de hacerlo, porque mi sangre ‘sabía mal’. La razón de ese hecho aún era un misterio, uno que los Alquimistas y los Moroi había dejado pasar desapercibido cuando surgieron otros problemas. Pero no había pasado desapercibido por mí. Era algo que siempre latía detrás de mi mente, la constante pregunta de qué tenía yo que la había repelido a esa Strigoi.
La señorita Terwilliger, acostumbrada a mis expresiones, me estudió y se dio cuenta de lo que estaba pensando. “Si quieres hablar con ella, podría arreglar un encuentro” dijo, y luego sus labios formaron una sonrisa. “Aunque, no puedo garantizarte que vas a conseguir algo útil de ella. Es bastante… particular con lo que revela”.
Maude resopló. “Esa no es la palabra que estoy pensando, pero la tuya es más política” dijo. Miró un reloj de caja y dejó su taza en la mesa. “Bueno, ¿empezamos?”
Me olvidé de Inez e incluso de Adrian mientras el miedo se apoderaba de mí. En menos de un año, me había alejado muchas leguas de la doctrina Alquimista que había gobernado mi vida. Ya no me molestaba estar cerca de los vampiros pero, cada tanto, esos pensamientos arcanos volvían. Debía mantenerme firme y recordar que evitar la magia era un camino que ya había pasado hacía mucho y que solo era maligna si lo usaba para el mal. Miembros de la Estela, como se llamaba este grupo, juraban no hacer daño con sus poderes, a menos de que fuera en defensa propia o de otros.
Tuvimos el ritual en el patio trasero de Maude, un vasto parque lleno de palmeras y flores de invierno. Hacía doce grados afuera, bastante alocado comparado con los inviernos en otras partes del país, pero un clima para usar una simple campera en Palm Springs—o una capa. La señorita Terwilliger me había dicho que no importaba lo que vistiera esta noche, que sería proveída con lo que necesitaba. Y lo que necesitaba resultó ser una capa compuesta de seis piezas de terciopelo en diferentes colores. Me sentí como una vendedora ambulante dentro de un cuento de hadas mientras me ponía la capa sobre los hombros.
“Este es nuestro regalo para ti” explicó la señorita Terwilliger. “Cada una de nosotras ha cocido y contribuido con una pieza. La usarás cada vez que tengamos una ceremonia formal.”
Las otras llevaban capas similares compuestas por diferentes parches, dependiendo del número de miembros del aquelarre en sus respectivas iniciaciones.
El cielo estaba despejado y repleto de estrellas, la luna llena brillaba como una perla en contraste con el oscuro del cielo. Era el mejor momento para hacer magia.
En ese momento me di cuenta que los árboles en el patio estaban orientados en un círculo. Las brujas formaron otro círculo por dentro, frente a un altar de piedra que había sido adornado con incienso y velas. Maude se posicionó cerca del altar y me indicó que me arrodillara en el centro, frente a ella. Una brisa pasó a nuestro alrededor y, aunque tenía la tendencia de pensar en bosques crecidos, abandonados y con niebla cuando se trataba de rituales arcanos, algo se sentía bien acerca de los árboles rodeándonos y el aire fresco.
Me había llevado tiempo decidir unirme, y la señorita Terwilliger me había asegurado cien veces que no estaría jurando lealtad a algún dios primitivo. “Estás jurándote a ti misma a la magia” me había explicado. “A la búsqueda de su conocimiento y usándola para el bien del mundo. Es un voto escolar, en realidad. Parece ser algo con lo que estarías de acuerdo”.
Lo era. Y así, me arrodillé frente a Maude mientras comenzaba el ritual. Me consagró a los elementos, primero caminando a mí alrededor con una vela y representando al fuego. Luego salpicó agua en mi frente. Dejó caer hojas violetas por la tierra, e hizo una espiral con el humo del incienso por el aire. Algunas tradiciones usaban una cuchilla para ese elemento, y me alegraba que este no.
Los elementos eran el corazón de la magia humana, al igual que la magia de vampiros. Y también como los Moroi, no había señales hacia el espíritu. Era una magia recientemente re-descubierta para ellos, y solo pocos Moroi lo manejaban. Cuando le pregunté a la señorita Terwilliger sobre ello, no había tenido una buena respuesta. Su mejor explicación había sido que la magia humana era tomada del mundo exterior, donde los elementos residían. El espíritu, atado a la esencia de la vida, se encontraba en todos nosotros, así que ya estaba presente. Al menos ese había sido su mejor suposición. El espíritu era un misterio para los humanos y los vampiros, sus efectos eran temidos y desconocidos; por eso muchas veces tenía insomnio a la noche, preocupada por la inhabilidad de Adrian de alejarse del espíritu.
Cuando Maude terminó con los elementos, dijo: “Di tus votos.”
Los votos estaban en italiano, puesto que este aquelarre en particular había tenido sus orígenes en el mundo medieval Romano. La mayoría de las cosas que juré coincidían con lo que la señorita Terwilliger había dicho, una promesa de usar la magia de manera sabia y apoyar a mis hermanas de aquelarre. Los había memorizado hacía tiempo y hablé con seguridad. Mientras lo hacía, sentí una energía quemándome por dentro, una vibración placentera de magia y la vida que irradiaba a nuestro alrededor. Era dulce y estimulante, y me preguntaba si así se sentiría el espíritu. Cuando terminé, levanté la vista y el mundo parecía más brillante y claro; lleno de más maravillas y belleza que las personas comunes pudieran entender. En ese momento creí, más que nunca, que no había maldad en la magia, a menos de que tú mismo lo quisieras.
“¿Cuál será tu nombre entre nosotras?” preguntó Maude.
“Iolanthe” dije sin titubear. Significaba ‘flor púrpura’ en griego y se me había ocurrido después de todas las veces que Adrian me había hablado de los destellos púrpura en mi aura.
Ella extendió sus manos y me ayudó a levantarme. “Bienvenida, Iolanthe.”
Luego, para mi sorpresa, me dio un cálido abrazo. El resto, rompiendo el círculo ahora que el ritual había terminado, también me dio un abrazo, siendo la señorita Terwilliger la última. Ella me sostuvo más tiempo que las demás y, aún más impactante que otra cosa, vi lágrimas en sus ojos.
“Harás cosas maravillosas” me dijo con intensidad. “Estoy tan orgullosa de ti, más orgullosa que cualquier hija que pudiera tener.”
“¿Incluso después de quemar su casa?” pregunté.
Su expresión divertida regresó. “Quizás sea por eso”.
Me reí, y el ambiente serio se transformó en uno de celebración.
Regresamos al living, donde Maude cambió el té por vino, ahora que habíamos terminado con la magia. Yo no tomé, pero mi nerviosismo ya había desaparecido. Me sentía feliz y ligera… y más importante, mientras estaba sentada escuchando sus historias, sentía que pertenecía allí—más de lo que jamás había sentido con los Alquimistas.
Mi teléfono comenzó a sonar, justo cuando la señorita Terwilliger y yo finalmente nos disponíamos a marcharnos. Era mi mamá. “Lo lamento” les dije. “Necesito atender esta llamada”.
La señorita Terwilliger. Que había tomado más vino que nadie, me indicó que estaba todo bien con un gesto de su mano y se sirvió otra copa de vino. Yo era su chofer, así que no era como si tuviera otra opción. Contesté el teléfono mientras caminaba a la cocina, sorprendida de que mi mamá llamara. Nos manteníamos en contacto, y sabía que las noches eran un buen momento para conseguir hablar conmigo. Pero cuando habló, escuché una urgencia en su voz que me indicó que no era una llamada casual.
“¿Sydney? ¿Has hablado con Zoe?” Mi alarma mental se encendió.
“No desde esta tarde. ¿Pasa algo?”
Mi mamá tomó un respiro. “Sydney… tu padre y yo nos separaremos. Vamos a divorciarnos”.
Por un momento, el mundo dio vueltas, y me sostuve de la mesada de la cocina por soporte. Tragué saliva. “Ya veo.”
“Lo lamento tanto” dijo. “Se cuán difícil va a ser esto para ustedes”.
Lo pensé un momento. “No… no exactamente. Es decir, creo que… bueno, no puedo decir que me sorprende”.
Una vez me había dicho que papá había sido más amigable en su juventud. Era difícil para mí imaginarlo pero, obviamente, ella se había casado con él por una razón. Al pasar de los años, mi papá se había vuelto frío e intratable, metiéndose con los Alquimistas con una devoción que tomaba precedencia sobre todo lo demás en su vida, incluyendo a sus hijas. Se había vuelto duro y egoísta, y hacía mucho tiempo que me había dado cuenta que yo era una herramienta más que su hija.
Mi mamá, por otro lado, era cálida y graciosa, siempre dispuesta a demostrar afecto y escucharnos cuando la necesitábamos. Siempre tenía una sonrisa lista… aunque no parecía sonreír mucho estos días.
“Sé que será difícil para ti y Carly” dijo. “Pero no afectará mucho su vida cotidiana”.
Pensé en su elección de palabras. Carly y yo. “Pero Zoe… “
“Zoe es una menor, e incluso si está afuera haciendo un trabajo Alquimista, sigue estando bajo la tutela de sus padres. O padre. Tu padre quiere la custodia completa, para poder mantenerla donde está”. Se hizo una pausa. “Planeo luchar contra él. Y si gano, la traeré a vivir conmigo y veré que pueda llevar una vida normal”.
Estaba perpleja, incapaz de imaginar la clase de pelea que estaba proponiendo. “¿Tiene que ser a todo o nada? ¿No pueden compartir la custodia?”
“Compartir significa dársela a él. Va a controlar todo, y no puedo dejar que la tenga, mentalmente. Tú eres adulta. Puedes tomar tus propias decisiones, e incluso si estás encaminada a los Alquimistas, eres diferente en cuanto a cómo te manejas. Tu eres tú, pero ella es más como…”
No terminó, pero yo ya sabía. Ella es más como él.
“Si puedo tener la custodia y traerla a casa, la enviaré a una escuela regular e implementar alguna clase de experiencia de adolescente normal. Si no es demasiado tarde. Probablemente me odies por eso, por sacarla de su causa”.
“No” dije rápidamente. “Creo… creo que es una idea genial.” Si no es demasiado tarde.
Podía escucharla respirar entrecortada y me preguntaba si estaba luchando para no llorar. “Tendremos que ir a la corte. Ninguno va a hablar de los Alquimistas, ni siquiera yo, pero va a haber mucha discusión sobre conveniencia y análisis de personalidad. Zoe testificará… también tú y Carly.”
Y ahí fue cuando entendí porque dijo que sería difícil. “Ustedes va querer que elijamos a uno de ustedes.”
“Quiero que digan la verdad” dijo firme. “No sé lo que tú padre querrá”.
Yo sí lo sabía. El querrá que difame a mi mamá, que diga que no está estable, que es solo una ama de casa que ocasionalmente arregla autos y que no puede compararse con un académico como él, quien proveyó a Zoe con toda clase de educación y experiencia culturales. Querrá que lo haga por el bien de los Alquimistas. Querrá que lo haga porque siempre obtiene lo que quiere.
“Amo y apoyo todo lo que creas que es correcto.” El coraje en la voz de mi mamá rompió mi corazón. Tendría que enfrentar más que complicaciones familiares. Las conexiones de los Alquimistas eran grandes y extensas. ¿Dentro del sistema legal? Muy posible. “Solo quería que estuvieras preparada. Estoy segura que tu padre querrá hablar contigo también.”
“Sí” dije sin ganas. “Estoy segura que sí. ¿Pero qué hay de ahora? ¿Estás bien?”
Dejando de lado a Zoe, tenía que saber que esto debía ser todo un cambio de vida para mi mamá. Quizás su matrimonio se había vuelto difícil, pero habían estado juntos hacía veinticinco años. Dejar algo como eso era un gran cambio, sin importar las circunstancias.
Podía sentir su sonrisa. “Estoy bien. Me estoy quedando con una amiga. Y me traje a Cicero conmigo”.
Pensar sobre el gato me hizo reír, a pesar de la seriedad de la conversación. “Al menos tienes compañía.”
Ella también rio, pero débilmente. “Y mi amiga necesita algo de ayuda con su auto, así que estamos todos felices”.
“Bueno, me alegra. Pero si hay algo que necesites, cualquier cosa, dinero o…”
“No te preocupes por mí. Solo cuídate, y a Zoe. Eso es lo más importante ahora” titubeó. “No he hablado con ella últimamente… ¿está bien?”
¿Lo estaba? Suponía que dependía en la definición de ‘bien’. Zoe estaba emocionada al estar aprendiendo el oficio de Alquimista desde tan temprana edad, pero era arrogante y fría hacia mis amigos; justo como todos los demás en nuestra organización. Eso, y era una constante y amenazante sombra sobre mi vida amorosa.
“Está genial” le aseguré a mi mamá.
“Bien” dijo, aliviada. “Estoy feliz de que estés con ella. No sé cómo tomará esto.”
“Estoy segura de que entenderá tu postura.”
Por supuesto, era una mentira, pero no había forma de que le dijera a mi mamá la verdad: Zoe pelearía contra ella, pataleando y gritando, cada pasó del camino...
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